La ciudad de Formosa, gobernada por Gildo Insfrán, se presenta como un microcosmos donde la monumentalidad de las obras públicas y la informalidad comercial coexisten en un delicado equilibrio. Con un distintivo techo azul que se ha convertido en símbolo de su gestión, Insfrán ha inaugurado innumerables proyectos, desde hospitales hasta parques acuáticos. Recientemente, el gobernador destacó la inauguración del Hospital de la Madre y la Mujer, marcando un hito más en su larga trayectoria como líder provincial.
Sin embargo, a pocos pasos de estos logros, se encuentran los vibrantes mercados informales que proliferan a lo largo de la costa del Río Paraguay. Estos puestos ofrecen una variedad impresionante de productos que van desde celulares hasta electrodomésticos, todo ello sin la presencia de documentos o tickets que avalen su comercialización. Hombres y mujeres venden artículos de marcas conocidas a precios sorprendentemente bajos, contrastando con los precios oficiales en tiendas cercanas. Este comercio, aunque ilegal, se ha convertido en una parte vital de la economía local, donde la falta de regulación no parece afectar su prosperidad.
A pesar de la grandeza de las obras públicas, la infraestructura básica en los barrios más alejados de la ciudad dista mucho de ser perfecta. Las calles sin asfaltar generan problemas significativos, sobre todo en épocas de lluvia, obligando a los vehículos a luchar contra el barro. Al mismo tiempo, la omnipresencia de la cartelería electoral resalta la lucha política continua en la región, donde cada elección es recordada por su intensa propaganda. En este contexto, la dualidad entre el crecimiento estructural y el comercio no regulado se configura como un tema relevante que desafía la percepción sobre el desarrollo de la capital formoseña.