En tiempos donde la inmediatez predomina, es esencial reconocer el valor de la espera en el desarrollo emocional infantil. Los niños necesitan más que solo alimento y abrigo; requieren la presencia de adultos que los acompañen en sus momentos de espera. Este espacio permite el crecimiento personal y emocional, ya que la paciencia en las relaciones cercanas fomenta la confianza mutua.
Françoise Dolto, reconocida psicoanalista, habló sobre el intervalo entre el deseo y su cumplimiento, aludiendo a este como un periodo simbólico donde se forma la subjetividad. Cuando los niños aprenden a esperar, desarrollan habilidades esenciales como la imaginación, la anticipación y la creatividad. Los adultos deben estar sintonizados con su capacidad para esperar, creando un balance entre no forzar los tiempos y estar presentes sin invadir el espacio emocional del niño.
La educación emocional contemporánea enfrenta el reto de desaprender la inmediatez. Al acompañar a los niños en su incapacidad temporal de esperar, se les enseña que es posible soportar la frustración; se fomenta una relación de confianza. Además, el proceso de dormir es un ejemplo claro de cómo se puede materializar la espera. Un adulto que proporciona una mano amiga, un cuento o una canción no acelera el proceso, sino que ofrece un apoyo incrementando la seguridad del niño en su capacidad de entregar el control.